Apenas llevamos unas horas en Nepal y
nuestros planes originales ya se han visto trastocados. Aun no lo sabemos, pero
a lo largo del viaje nos irá pasando lo mismo con cierta frecuencia.
Al día siguiente de nuestra llegada a
Kathmandu debíamos llegar a Chitwan en autobús, pero estamos en pleno Dashain,
que paraliza prácticamente el país y con él los transportes, con lo que esa
opción es sencillamente inviable. Como alternativa, el dueño de la casa en la
que nos hospedamos localiza un coche que nos pueda venir a recoger, a compartir
con dos compañeros de viaje espontáneos que se unen o nuestro plan, o nosotros
al suyo, que lo mismo da.
A la mañana siguiente y con puntualidad nepalí (un
par de horas de retraso) nos ponemos en marcha y tenemos por delante cuatro
largas horas de conducción temeraria, sustos variados, mucho calor y muchas risas.
Lo que vamos viendo desde que salimos
de Kirtipur nos va dejando con la boca abierta. Lo poco que pudimos vislumbrar
ayer a nuestra llegada a Kathmandu ya fue como aterrizar en otro planeta, y
este trayecto en coche certifica que, efectivamente, estamos muy muy lejos de
casa y en un país muy muy diferente. La carretera es un encadenamiento de
socavones y curvas, que recorremos mirando por la ventanilla y a través del
polvo que lo envuelve todo, alucinando de las escenas automovilísticas y los
paisajes que se suceden.
Entre frenazo y frenazo inexplicablemente
conseguimos echar alguna cabezadita, a pesar de que vamos bastante prietos y de
que la banda sonora que llevamos invita a cualquier cosa menos a dormirse.
Entumecidos y aliviados alcanzamos por
fin Sauraha, que será nuestro centro de operaciones en el Parque y donde nos
alojaremos. Nos dejan el tiempo justo para dejar la mochila en la habitación
del hotel y comenzamos con el “programa” de visita al Parque.
Situado en la gran llanura aluvial de
Terai, el Parque Nacional Royal Chitwan, en el sur del país y haciendo frontera
con India, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979. Esta
antigua reserva real ocupa 1.431 kilómetros cuadrados (si incluimos la Reserva
Natural Parsa), y cuenta con más de 50 especies de mamíferos, entre las que
destacan el tigre de Bengala y el leopardo (prácticamente imposibles de observar), los
únicos rinocerontes de un solo cuerno del país (casi los últimos del planeta, junto con los del Parque Royal
Bardia), elefantes asiáticos adiestrados, ciervos sambar y moteados, macacos o
el delfín del Ganges. Además es posible observar más de 450 especies de aves y
numerosos reptiles, entre los que destaca el cocodrilo gharial.
Tras un breve recorrido en jeep descubierto, llegamos
al río Rapti, que cruzamos en canoa con el corazón encogido por si volcamos, no
por mojarnos nosotros sino porque dudamos de que la cámara de fotos sobreviviera
al chapuzón.
La atmósfera que se respira aquí es
casi balsámica. El silencio, el enorme espacio abierto que se divisa y el suave
fluir del agua, acompañado además por la tranquilidad con que parecen moverse
los nepalís que vemos cruzando con el ganado o haciendo uno tras otro viajes
para transportar turistas, nos hacen darnos cuenta que efectivamente estamos de
vacaciones. Esto solo acaba de empezar.
Una vez cruzado el río y ya secos al otro lado, llegamos a lo que es nuestra primera visita en el Parque, el Centro de Alimentación de Elefantes. La visión de estos nobles y majestuosos animales es impactante, de no ser por el hecho de que todos están encadenados y con bastante poco margen de movimiento. A excepción de una cría que hace las delicias de los visitantes yendo de un lado para otro, el resto no pueden alejarse más que un par de metros del poste al que están atados.
Una vez cruzado el río y ya secos al otro lado, llegamos a lo que es nuestra primera visita en el Parque, el Centro de Alimentación de Elefantes. La visión de estos nobles y majestuosos animales es impactante, de no ser por el hecho de que todos están encadenados y con bastante poco margen de movimiento. A excepción de una cría que hace las delicias de los visitantes yendo de un lado para otro, el resto no pueden alejarse más que un par de metros del poste al que están atados.
La visita nos deja por tanto un sabor
de boca agridulce, vamos desfilando paralelos a los cobertizos donde están
atados los elefantes haciendo fotos, como en un zoo, y aunque es comprensible,
tal vez no era la idea que nos habíamos hecho del asunto.
De vuelta en el hotel nos dejan el tiempo justo para darnos una ducha
relámpago antes de la cena, que degustamos en una cabaña cubierta en el centro
del jardín del hotel, alrededor del cual se sitúan las habitaciones. A todo
correr nos vamos al teatro del pueblo, donde se ha organizado un espectáculo de
danzas locales que resulta entretenido, básicamente porque no hay mucho más que
hacer por la noche. Terminan haciendo subir a la gente (turistas en su mayoría)
al escenario para bailar, lo cual es bastante chistoso.
A la mañana siguiente y tras un buen madrugón (que será la tónica de todo
el viaje), nos ponemos en marcha junto con nuestro guía para dar un paseo a pie
por la jungla. Primero nos da unas pautas de cómo huir si nos encontramos con
algún animal salvaje, aunque pronto veremos que eso es más que improbable, ya
que hay varios grupos de turistas dando vueltas y ningún animal en su sano
juicio se metería en nuestro camino. En fila india y con bastante cachondeo por
nuestra parte, seguimos al guía por la jungla, mirando bien dónde ponemos los
pies y teniendo cuidado de no hacer ruido.
Nuestro grupo lo componemos nosotros dos, los compañeros que vinieron con
nosotros desde Kathmandu y dos chicas chinas que literalmente no saben por
dónde les da el aire, y que a lo largo del tiempo que pasemos con ellas darán
lugar a varias anécdotas.
Tras un buen rato caminando en círculos y habiendo avistado únicamente un
cocodrilo descansando en la orilla del río, salimos de la espesura de la jungla
y caminamos por una pista hasta llegar a una atalaya, donde paramos un rato a
charlar. No hay más fauna que observar que las sanguijuelas que han hecho de
las piernas de una de las chicas chinas su barra libre, pero estamos un rato
agusto a la sombra y nos echamos unas risas.
Ya al final del paseo, vemos dos elefantes y un rinoceronte en la orilla
del río, en una estampa que casi nos parece un posado para el National
Geographic, aunque al acercarnos vemos que tiene truco, porque los elefantes
una vez más están encadenados.
A media mañana y una vez terminado el paseo, nos acercamos a la zona del río donde cada día bañan a los elefantes, dispuestos a remojarnos con ellos y a vivir una experiencia única. Por parejas nos encaramamos a lo alto de su lomo (hemos sido previsores y ambos llevamos bañador) y vamos recibiendo los sucesivos chorros de agua que nos echa hacia atrás con la trompa nuestro paquidermo.
Al final, y siguiendo las instrucciones del cuidador, el animal se
va echando poco a poco hacia un lado hasta que se deshace de nosotros
dejándonos caer por la borda directamente al río. Ha sido breve pero divertido,
la interacción con estos maravillosos animales impresiona, aunque sea
dentro del contexto de una atracción turística como esta.
Además el remojón se agradece ya que hace un calor considerable, de hecho en menos de 10 minutos estamos secos y sudando de nuevo.
Dejamos atrás el río y visitamos el pueblo de Sauraha, que en realidad es una calle central con algunas tiendas de alimentación y artesanía, algún que otro bar y un cajero automático. Es un pueblo tranquilo a pesar de la afluencia de turistas, salpicado aquí y allá por escenas que nos hacen recordar que estamos efectivamente en Nepal, y que hace tener a mano permanentemente la cámara de fotos porque todo nos llama la atención.
Las casas son humildes, sobre todo según nos vamos alejando del centro,
tienen sus pequeños arrozales y huertos al lado, sus animales sueltos y algunas
tienen sus columpios para los niños, de
dimensiones considerables, y que no podemos resistir probar.
Nuestra siguiente actividad dentro del programa que reservamos al coger el alojamiento, es un paseo por la jungla montados en elefante. Será con diferencia, y junto con el baño de esta mañana, la mejor actividad de las realizadas aquí.
Cuatro personas para el mismo elefante
somos demasiados, así que me toca hacer el paseo con las dos chicas chinas, que
por desgracia no tienen el mismo concepto de la contemplación silenciosa y
respetuosa de la fauna que tengo yo. No obstante, montados en las sillas de
madera sobre nuestros respectivos elefantes, se ven las cosas desde otra
perspectiva, y lo que es más importante: los animales no nos ven a nosotros
como una amenaza, con lo que podemos observarlos a una distancia
considerablemente corta.
Así pues, con el paso tranquilo y
seguro de los elefantes vamos penetrando en la jungla y vamos viendo ciervos y
monos. Al llegar a un claro tenemos enfrente un par de rinocerontes que ni se
inmutan con nuestra presencia y a los que podemos observar pastando
tranquilamente a escasos metros de nosotros.
Ya de vuelta en Sauraha nos damos
prisa para encontrar un buen sitio donde contemplar el atardecer, que
presentimos va a ser espectacular. Damos con el lugar perfecto, un bar con
terraza enfrente del río donde efectivamente el ocaso es impresionante,
acompañado además por unas cervezas y unas palomitas de maíz. Por si el espectáculo no fuera ya lo suficientemente bello, cuando el sol está a punto de ocultarse en el horizonte, un elefante se mete directamente en el encuadre de la postal para darle el toque mágico, parece casi hecho por encargo.
Sacamos una instantánea detrás de otra e intentamos grabar esta escena en la retina, que nos recuerda un poco a esos documentales de la televisión sobre Kenia o Tanzania, que tan lejanos parecen cuando los vemos en el sofá, y que ahora estamos disfrutando en directo.
A la mañana siguiente ya tenemos todo preparado para dejar Chitwan, a falta de la última actividad que nos queda por hacer. Se trata de un descenso en canoa por el río, a primera hora de la mañana para avistar pájaros y cocodrilos. Como no somos precisamente entendidos en ornitología no nos enteramos de mucho, pero el paseo en sí resulta inolvidable.
El río está totalmente en calma, vamos
en silencio y parece que el paisaje está todavía desperezándose tras el
descanso nocturno. La corriente nos va llevando y vemos alguna playa fluvial
donde efectivamente descansa al sol algún cocodrilo, debe haber comido ya, o
eso esperamos…
Al bajar a tierra firme, justo en la orilla de enfrente de donde descansa el cocodrilo, Chitwan nos brinda como despedida algunas estampas más que inmortalizar y una pequeña experiencia imprevista, ya que nos topamos con un rinoceronte herido en una pata que nos hace prácticamente salir corriendo.