Archivo del blog

miércoles, 26 de marzo de 2014

Aneto (3.404 m.) por La Renclusa, 20 de agosto de 2013

Distancia: 16 kilómetros
Tipo de recorrido: ida y vuelta
Desnivel acumulado: 3.379 m.
Tiempo de marcha: 10 horas


El Aneto, montaña de renombre donde las haya, con sus 3.404 metros sobre el nivel del mar, es el pico más alto de todo el Pirineo. Situado en el Valle de Benasque (Huesca), se enclava en el Macizo de La Maladeta, dentro del Parque Natural Posets-Maladeta. El Aneto está franqueado por el mayor glaciar que subsiste en la cordillera pirenaica, con unas 90 hectáreas de superficie, aunque se encuentra en regresión como consecuencia del cambio climático, y ha perdido en los últimos 100 años más de la mitad de su superficie, creyéndose que puede llegar a desaparecer en los próximos 30 o 40 años. Es por tanto necesario durante todo el año el uso de material de invierno.

Afrontamos su ascenso casi por casualidad, ya que venimos haciendo la GR11 desde Espot y el pie de Jorge dio ayer muestras de cansancio, con lo que hicimos parada técnica en Benasque. No obstante, lejos de tomarnos un día de descanso, decidimos que la mejor forma de ponerlo a prueba es lanzarnos a subir esta mítica cumbre, que ahora tenemos tan a mano.
Nos aprovisionamos como es debido en Benasque, alquilamos el material necesario, cenamos por todo lo alto y dormimos en una cómoda cama dejando todo preparado para el madrugón que nos espera a la mañana siguiente.
Amanecemos (por decir algo) a las 4:00, pero la noche aún es cerrada y no se ve un alma por la calle. Nos ponemos en marcha como zombis, más vale que ayer dejamos todo listo y solo tenemos que lavarnos la cara y vestirnos. Ayer compramos algo para desayunar en el autobús, y aunque a estas horas no tenemos ni hambre, nos obligamos a echar algo de combustible al cuerpo porque el día promete ser duro.

A las 4:30 estamos ya en el autobús que nos llevará, paralelos al Río Ésera, hasta el Plan de Besurta (1.920 m.), pasando por el Plan de Senarta y el Plan del Hospital, ya que en verano la carretera está cortada al público. Poco a poco el bus se va llenando de montañeros de todas las edades en las sucesivas paradas que vamos haciendo.
Llegamos a las 5:00 y nada más bajar del autobús nos damos cuenta de que nos hemos venido los dos sin frontales. Todo preparado desde ayer, si, pero los dos frontales en la mochila que hemos dejado en el hotel. Nos salva una providencial luna llena y que el resto de integrantes del pelotón ascensionista si han venido bien preparados, con lo que nos camuflamos entre ellos y nos beneficiamos de sus pequeños resplandores.

Comenzamos el ascenso por un sendero bien marcado y señalizado, que en alrededor de 45 minutos y tras 1,70 kilómetros de caminata nos lleva hasta el Refugio de La Renclusa, que a 2.160 m. ostenta el honor de ser el más alto del Pirineo, y uno de los más concurridos. Hemos subido al ritmo del resto de montañeros, sin poder detenernos a quitarnos ropa por no quedarnos rezagados y sin luz, y agradecemos una pequeña parada para quitarnos los cortavientos.

Nos reenganchamos al rebufo de otras luces al salir del refugio, por uno de los muchos caminos que ascienden con fuerte pendiente hacia la cima del Aneto. Debido a la poca visibilidad que hay no identificamos muy bien la ruta, aunque está bien marcada por hitos, que sube en dirección SE, paralela a la cresta de los portillones. Vamos en pequeños grupos cada uno por un camino y todos un poco a tientas, pero ascendemos a buen ritmo y sin demasiadas complicaciones, agradeciendo a la claridad del día, que poco a poco comienza a iluminarnos con esa luz rosada que resulta tan espectacular en las alturas.
  

Observamos entusiasmados cómo la luz va ganando terreno a la oscuridad, iluminando poco a poco las cumbres que nos rodean, y viendo cómo allá a lo lejos asoma entre lo que parecen islas de piedra un mar de nubes de impecable blancura. 

Hacemos infinidad de fotos y panorámicas, pero como suele ocurrir en estos casos, las imágenes no terminan de recoger la belleza del paisaje. En nuestra cabeza se conservará intacto, eso sí, este instante puro de libertad y placer, para poder echar mano de él cuando el asfalto de la ciudad nos saque de nuestras casillas.









Ascendemos unos cuantos metros más, pero a las 7:20 el sol asoma por fin entre las rocas regalándonos un paisaje espectacular, ante el cual no podemos sino detenernos de nuevo y desenfundar la cámara.


A las 7:40, con el sol bastante alto y una visibilidad total, llegamos un tanto enriscados a la Cresta de los Portillones, una brecha rocosa que une prácticamente la cumbre de La Maladeta (3.308 m.) con el Refugio de La Renclusa. Desde aquí el resto de la ruta es más que obvia, y el objetivo del día se muestra en toda su majestuosidad. Allá vamos. 


Continuamos ascendiendo un poco más hasta alcanzar el Portillón Superior (2.908 m.), que es una estrecha brecha en la cresta que comunica ambos lados.  Nos asomamos entre las paredes de roca como si de una ventana se tratara, la vista es imponente.

Este paso supone más o menos el ecuador de la ascensión, y es el punto indicado para equiparse con crampones, encordarse, etc. Nosotros vamos a ir sueltos, así que nos calzamos las puntas alquiladas y cambiamos los bastones por el piolet. 


Son las 8:30 y nos disponemos a afrontar una de las estribaciones del glaciar, viendo ya que al terminarla tendremos que parar a quitarnos los crampones para atravesar una zona de canchal. 

Procuramos ponernos en marcha rapidito para dejar atrás un grupo bastante numeroso que tiene toda la pinta de terminar provocando algún atasco.



Avanzamos cómodamente aunque con los cinco sentidos  bien atentos por el sendero, siguiendo una huella bien marcada y con la nieve bastante aceptable.
Para las 9:20 ya nos hemos quitado y vuelto a poner un par de veces los crampones para atravesar un par de zonas de piedra. La ruta entonces consiste aquí en buscar la siguiente huella en la nieve y orientarse hacia ella por el sitio que parezca menos complicado.  


A las 10:00 nos encontramos ya caminando por la superficie del Glaciar del Aneto, que en su punto de espesor máximo ronda los 50 metros. 
La huella sigue estando bien marcada y aunque hay algunos pasos de hielo duro, en general la ruta no entraña mayor dificultad, progresando no obstante con cuidado y sin perder la perspectiva del terreno en el que nos encontramos.

Una vez alcanzado el Collado de Coronas (3.198 m.), tenemos ya a tiro la última subida que promete ser dura, hasta la cima anterior al Aneto o Punta Olivera (3.298 m.). En este tramo hay que extremar la precaución por la fuerte pendiente que se salva en poca distancia.


Hoy hemos decidido llevar todo el material en una mochila que nos vamos turnando, y esto hace que el ascenso roce la categoría de paseo comparado con las tres jornadas anteriores de travesía que acumulamos ya en las espaldas.  Por lo demás, aquí arriba se nota que el aire sopla un poquito más fresco y nos ponemos los cortavientos, pero lo cierto es que hace una temperatura muy agradable, ideal para una jornada de montaña bien aprovechada. 






Son ya las 10:20 cuando nos quitamos definitivamente los crampones y junto con Roland, un compañero que nos hemos echado durante el ascenso, ganamos los últimos metros en apenas 10 minutos, por una zona rocosa antes de llegar al famoso Paso de Mahoma (3.390 m.).









Este temido paso de apenas 50 metros de longitud, que en sí no entraña ninguna dificultad técnica, puede suponer un obstáculo psicológico (por lo aéreo y expuesto) por la vertiginosa caída que se abre a ambas laderas.
Suele suponer un embudo donde se forman colas que pueden llegar a superar la hora de espera, pero hoy hemos estado ligeros sabiendo que esto podía pasar, y tenemos vía libre hasta la cima, al alcance ya de los dedos. 

A las 10:35 hollamos la cima del Aneto, punto que supone el “techo del Pirineo”. Abrazos y felicitaciones entre nuestro pequeño grupo de tres montañeros, y comenzamos la larga serie de fotos, posados y panorámicas, aprovechando que tenemos la cumbre prácticamente para nosotros solos, ¡y en pleno agosto!

Las vistas son sencillamente espectaculares hacia cualquiera de sus vertientes, el horizonte aparece plagado de otras montañas, que parecen rendir pleitesía a la cumbre principal sobre la que nos encontramos. 
Miramos con especial interés hacia la zona de Ballibierna y Coronas, desde donde barajamos la posibilidad de subir ayer, y vemos que hemos hecho bien en elegir esta vía, más marcada y transitada.


Desde que estuvimos en Nepal en 2011 hemos llevado en la mochila unas banderolas de oración tibetanas, que de vez en cuando hemos sacado para ondear al viento al alcanzar alguna cima. Hoy decidimos que aquí ha terminado su camino: nos han acompañado durante más de un año y medio, pero a partir de hoy, y hasta que el viento lo decida, bailarán atadas a la cruz de hojalata que corona esta cumbre. 










Hay objetos de lo más curiosos atados aquí (queremos pensar que todos tienen detrás alguna historia especial y emotiva) y lo cierto es que no nos convence eso de dejarle a la montaña cosas ajenas a ella, pero la verdad es que tampoco entendemos por qué las cimas tienen que tener cruces cristianas… Así que no nos resistimos a dejar este pequeño trocito de nuestra historia. 


Sea como fuere la cima y su decoración son las que son, así que nos inmortalizamos en ella orgullosos de nuestra hazaña, y nos preparamos para el descenso antes de que se colapse el Paso de Mahoma con la gente que está empezando a encordarse ahora. 


Son las 11:00 y comenzamos el descenso satisfechos y bastante hambrientos. De momento no queremos parar a comer porque suponemos que este sol está convirtiendo poco a poco en sopa la nieve, y con toda la gente que anda yendo y viniendo, preferimos detenernos cuando lleguemos a la Cresta de los Portillones.

Roland comenta que no entiende cómo éste paso tan complicado no tiene alguna medida de seguridad tipo clavijas, nos dice que en los Alpes sería impensable. Nosotros la verdad no le vemos mayor complicación en condiciones veraniegas, y casi creemos que resulta más difícil pasarlo encordados, pero el miedo es libre y respetable, así que entendemos que a la gente le de respeto y prefieran contar con algún seguro. 



El descenso nos deja imágenes preciosas de otros montañeros sobre el glaciar. 



Sobre las 12:00 hacemos un alto en la bajada para refrescarnos, y aunque sabemos que el agua procedente del glaciar es muy pobre en sales minerales, no nos importa lo más mínimo y bebemos con ansia este agua que hoy mismo ha sido creada a partir del hielo.

La vista hacia el valle es sobrecogedora, aquí hay que andarse con mucho ojo porque una caída tendría muchas posibilidades de convertirse en desgracia. 











A las 12:50 por fin tenemos a tiro el Portillón Superior y la consiguiente parada para comernos el bocadillo.


La nieve está en bastante peor estado que la subida, pero la huella sigue siendo una guía ancha y se desanda el camino cómodamente. 





Tras la parada para comer y para recoger definitivamente por hoy el material de invierno, nos ponemos de nuevo en movimiento a las 13:25.


El bocadillo de chorizo al sol, mirando a la cima de la que acabamos de bajar, no nos ha podido saber mejor, y nos ha cargado las pilas para un descenso que no tenemos muy claro por dónde hacer, ya que hemos subido a oscuras.


Pasamos el Portillón Superior echando una última mirada atrás y nos orientamos valle abajo, hacia el Refugio. 



Como suele suceder, la bajada resulta más incómoda que la subida. Nos despistamos varias veces de la ruta y vamos bajando medio a saltos medio destrepando, con el objetivo claro del Refugio que se ve todo el rato, pero bastante a las bravas. Al final nos agotamos física y mentamente, no vemos el momento de salir de tanta piedra y tanto roce con la roca en manos y piernas.

Alcazamos La Renclusa a las 14:40, bastante cansados y nos desparramamos en las escaleras de entrada: nos quitamos las botas dejando que nuestros pobres pies cojan aire, picamos unas galleticas y rellenamos las botellas de agua en la fuente cercana. La verdad es que no hacemos ni entrar al refugio, aunque nos lo apuntamos mentalmente para futuras visitas, ya que el enclave es espectacular y qué decir de los picos que lo rodean… 










Descansamos un buen rato pero decidimos que podemos descansar igualmente en La Besurta esperando al autobús, así que nos calzamos de nuevo las botas y todos los aparejos y caminamos unos 30 minutos más hasta la campa donde nos toca esperar. Volvemos a desparramarnos, esta vez en la hierba, disfrutando del sol y del silencio. 

A las 17:00 cogemos el autobús de regreso a Benasque, nos dirigimos al hotel a por la mochila que hemos dejado guardada a la mañana, devolvemos el material de alquiler y nos encaminamos hacia el camping, desde donde mañana retomaremos la GR11 con rumbo al Refugio de Angel Orús.


Alquiler crampones y piolets: 10 euros/persona
Autobús ida y vuelta Benasque-Besurta: 12 euros/persona



No hay comentarios:

Publicar un comentario