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jueves, 27 de febrero de 2014

Senda pirenaica GR11: presentación y preparativos

La Senda Pirenaica o GR11, como más comúnmente se le conoce, es la ruta de Gran Recorrido que une los dos extremos de los Pirineos por la vertiente española. En sus más de 750 kilómetros de recorrido, conecta el Cabo de Creus, en el Este, donde el Pirineo se sumerge en el Mar Mediterráneo, con el Faro de Higuer, en el Oeste, lugar en el que se sumerge en el Mar Cantábrico.

De forma paralela a la cordillera pirenaica, pero en territorio francés, discurre el GR10, algo más alejado de las cumbres y con menor desnivel en las etapas. Entre ambos recorridos se encuentra la Alta Ruta Pirenaica (ARP o HRP, en sus siglas en francés), que generalmente discurre a mayor altura y que en algunos trazados, como el de Ediciones Sua, asciende también a las cumbres. Es un recorrido más exigente y peor señalizado, además de no terminar siempre en refugios o albergues, lo que hace necesario contar con tienda de campaña y material de acampada.


La cordillera pirenaica, y con ella la GR11, se puede dividir en tres sectores claramente diferenciados: Occidental, Central y Oriental.
El Pirineo Occidental se encuentra entre el Cabo de Higuer y Zuriza, y se caracteriza por sus verdes paisajes, sus montañas redondeadas, su pastoreo y sus abundantes lluvias y nieblas durante casi todo el año. La ruta comienza entre pastos, para avanzar luego por hayedos tan imponentes como la Selva de Irati, y por zonas de abetos. Los picos más importantes de este sector son el Orhi (2.018 m.), Peña Ezkaurre (2.047 m.), La Mesa de los Tres Reyes (2.444 m.) y el Anie (2.507 m.).
El Pirineo Central se encuentra comprendido entre Zuriza y Vielha, y en él podemos observar un notable cambio en el paisaje, que se vuelve más agreste y donde aparecen ya las altas cimas de piedra desnuda, los ibones de un azul profundo y los neveros que persisten durante todo el año. En este sector se concentran la mayor parte de los picos de más de tresmil metros de la cordillera, que se alternan con zonas de pino negro y pastos de altura. Destacan, con nombre propio, algunas cumbres: Balaitous (3.144 m.), Picos de los Infiernos (3.083 m.), Vignemale (3.298 m.), Monte Perdido (3.355 m.), Bachimala (3.177 m.), Posets (3.375 m.), Maladeta (3.308 m.) y Aneto, que con sus 3.404 m. es el punto más elevado de la cordillera, superado en la Península solo por el Mulhacen, en Sierra Nevada.
El Pirineo Oriental ocupa de Vielha al Cabo de Creus, y se caracteriza por relieves más suaves pero con crestas graníticas de gran altura, alternadas por multitud de lagos, como en el Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici. Poco a poco, los abetos y pinos negros van perdiendo protagonismo y finalmente aparecen los cultivos, masías y la vida rural. Los picos más importantes de este sector son La Punta Alta (3.014 m.), Els Encantats (2.738 y 2.747 m.), Peguera (2.983 m.), Mont Valier (2.838 m.), Mont Roig (2.868 m.), Certascan (2.883 m.), Pica d´Estats (3.140 m.), Pedraforca (2.498 m.), Puigmal (2.909 m.) y Canigó (2.784 m.), entre otros.


La señalización del GR11 consiste en unas marcas blancas y rojas, y en general está bien marcada, a excepción de algunos tramos concretos.


Sus etapas comienzan/terminan generalmente en pueblos, refugios de montaña o albergues, con lo que en principio no es necesaria tienda de campaña ni material de acampada. No obstante, si vamos a alterar el trazado original de las etapas, queremos ahorrarnos parte de las noches de refugio o simplemente nos apetece realizar la ruta de forma más independiente, será necesario incluir en la mochila una tienda ligera, un buen saco de dormir (incluso en verano), hornillo y demás útiles de cocina y víveres suficientes para dos o tres días, ya que tendremos la posibilidad de ir comprando provisiones cada dos ó tres etapas, generalmente. Será necesario informarnos de si está permitida o no la pernocta, ya que la reglamentación no es común a toda la cordillera.

El trazado del GR11 varía según la editorial que confeccione el mapa, y suele estar dividida entre unas 35 y 47 etapas, de dificultad bastante variable. La dificultad variará según el terreno por el que caminemos, ya que obviamente no todo el Pirineo es igual de agreste, la duración de las etapas que hayamos elegido y dependerá igualmente del peso con el que estemos cargando a la espalda.
Una de las guías más completas de la ruta es la de la Editorial Prames (www.prames.com), que tiene mapas de las 47 etapas en las que divide la ruta, con escala hasta 1:40.000, desniveles de cada jornada y un libro con información adicional que puede resultar de utilidad.
La guía de Editorial Alpina es otra opción (www.editorialalpina.com), sobre todo si nos decantamos por la parte catalana de la ruta, y sus mapas sueltos y en formato de bolsillo de las diferentes secciones de la cordillera son los más actualizados, lo que nos puede venir bien como complemento si hemos adquirido la guía de Prames.
Los Cuadernos Pirenaicos, de Ediciones Sua (www.sua-ediciones.com) que dividen la cadena montañosa en 22 secciones de mar a mar, cuentan con mapas-guía a escala 1:25.000 y 1:50.000, e incluyen de cada zona ascensiones, excursiones, travesías y datos prácticos. Si bien no dan información detallada de las etapas del GR11, recogen su trazado y pueden ser de ayuda si ya llevamos claras las etapas que vamos a realizar, o si queremos incluir en la ruta alguna ascensión. 










Para ir haciéndonos una idea de las etapas, su duración, comienzos, etc. la web www.travesiapirenaica.com, que la divide en 44 jornadas, nos puede resultar de gran utilidad. 
En nuestro caso, y dado que no disponemos del tiempo suficiente para embarcarnos en hacer la ruta completa, nos hemos visto obligados a dividirla en fases.


Primera fase: teniendo por delante las vacaciones de verano de 2013, elegimos una zona de la cordillera en la que poder enlazar varias etapas, y nos decantamos por parte del Pirineo Central y el Oriental. Realizando la Senda de Camille y en otras muchas salidas a la montaña ya teníamos bastante trotado el Pirineo Occidental, así que nos decidimos por esta zona, fundamentalmente por su espectacular atractivo paisajístico y por las cimas que engloba.



Elegimos además hacer la ruta de Este a Oeste, porque nos pareció más lógico hacerlo así teniendo en cuenta dónde comenzábamos y dónde pensábamos terminar. De la poca gente que nos cruzamos haciendo la ruta fuimos los únicos que elegimos hacerla en este sentido, a pesar de que la gente coincide en que es más cómoda al no llevar el sol de frente.

En vista de que nos apetecía poder elegir dónde íbamos a pasar la noche sin depender de los refugios, y con idea de recortar algo el presupuesto de la ruta, optamos por llevar lo necesario para ser autónomos un par de noches. En el Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici no está permitida la pernocta ni el vivac por libre (y es recomendable reservar con tiempo en los refugios), pero en el resto de las etapas, y siempre con un ojo puesto en la climatología, pudimos pasar noches memorables al raso, o lo que es lo mismo, en un hotel de un millón de estrellas.

Con todo preparado y bien planificado, nos pusimos en ruta en tren desde Pamplona hasta Lleida vía Zaragoza, para luego coger un autobús hasta La Guingueta. De allí un par de buenos samaritanos nos acercaron a Espot, donde habíamos reservado un hotel para comenzar a caminar a la mañana siguiente. 
Todo un día de trayecto para acercarnos a las montañas, con muchas ganas de comenzar a andar y de disfrutar de las ansiadas vacaciones, que parecían no llegar nunca.



Segunda fase: varios meses más tarde, en febrero de 2014, retomamos la ruta en sus dos etapas más occidentales, con un planteamiento bastante diferente. En primer lugar solo disponemos de un fin de semana, así que dos etapas es el máximo al que podemos aspirar, sobre todo teniendo en cuenta la duración de las mismas. En segundo lugar, optamos por reservar una noche de hotel en el medio, con idea de cargar con lo imprescindible, y dejamos aparcada en casa la tienda de campaña, sacos y demás. 
Volvemos a decantarnos por caminar de Este a Oeste, esta vez por las combinaciones de autobús que nos vienen mejor, y porque nos parece más interesante caminar viendo el mar que dejándolo a la espalda. 

Con una planificación bastante estudiada aunque decidida en el último momento, nos ponemos en ruta hacia Elizondo, dispuestos a hacer noche en la furgo y comenzar a caminar temprano a la mañana siguiente. Muchos fines de semana de lluvias han hecho que llevemos tiempo sin calzarnos las botas, así que no sabemos cómo vamos a responder al esfuerzo. Por si acaso, sabemos que la ruta se cruza en ocasiones con la carretera, con lo cual podemos disponer de varias vías de escape.



Tercera fase: en abril de 2014, queremos aprovechar un domingo suelto en que dan un tiempo espectacular haciendo una etapita, pero la mala combinación de transporte público nos obliga a tener que pedir favores a la familia. Conseguimos transporte hasta el Puerto de Urkiaga y caminamos hasta Elizondo, donde podemos regresar a Pamplona en autobús. 
Un solo día nos sabe a poco, pero es mejor que nada y regresamos a la ciudad con la sensación de haberle sacado chispas a las horas de las que disponíamos.




viernes, 14 de febrero de 2014

Kathmandu

Salimos de Pamplona con ganas y bien cargados de paciencia para aguantar el largo viaje que tenemos por delante. Vamos en autobús a Madrid y de allí un vuelo nos lleva a Estambul, donde averiguamos que nuestro próximo vuelo sale de otro aeropuerto situado a más de 70 kilómetros, y que para llegar hasta allí tenemos menos de una hora. Sin que cunda el pánico pero sin perder un segundo, pagamos el visado de entrada en Turquía, recogemos nuestras maletas y nos montamos en un taxi que nos lleva a la velocidad del rayo a lo largo de las avenidas, adelantando sin contemplaciones y corriendo bastante más de la cuenta. Cruzamos el Estrecho del Bósforo como una exhalación; está oscuro y no podemos disfrutar de las vistas, pero nuestra recompensa hoy es llegar al enlace a tiempo, cosa que logramos, con tiempo incluso de tomarnos una cerveza en la terminal…
Nuestro siguiente trayecto nos lleva a otra escala, esta vez en Sarjah, ciudad de la que ni habíamos oído hablar, y de la que obviamente no vemos nada. Finalmente llegamos a Kathmandu, bastante cansados pero con el subidón de llegar a un sitio desconocido. 


Nuestro primer contacto con la ciudad son las dos horas de espera en el aeropuerto esperando a que lleguen nuestras mochilas, que han decidido venir de Sarjah con algo de retraso. Se ve que les gustaba más el segundo vuelo que salía de allí.


Alucinamos con la zona de maletas perdidas del aeropuerto, y rezamos a todos los santos que conocemos para que las nuestras encuentren el camino hasta nosotros y no se pierdan en esta maraña de paquetes forrados de plástico sin dueño aparente. 

Aliviados por tener nuestras mochilas a salvo, salimos por fin del aeropuerto tras el paso previo por la aduana para obtener el visado. Localizamos a quien nos ha venido a buscar, que en realidad ha aprovechado el viaje porque no somos los únicos huéspedes que llegaban hoy a su casa.

El camino hasta la casa donde nos quedaremos esta noche nos deja con la boca abierta y la sensación de haber aterrizado en otro planeta. El ruido, el caótico tráfico, los olores, la polución, y en general todo lo que vamos viendo a través de la ventanilla del coche nos llama la atención.

Algo tan cotidiano como un andamio, que aquí se hace con enormes varas de bambú, el desastroso tendido eléctrico (que a mí me recuerda a La Habana) o ver cómo la gente acarrea los pesos sobre la cabeza… todo resulta nuevo y chocante, y nos vamos dando cuenta de que estamos en un lugar muy diferente, que nos morimos por empezar a explorar cuanto antes.  



Nada más llegar a nuestro destino nos damos cuenta de que nuestra idea de alojamiento en la ciudad era estar en el centro o al menos cerca de él, y donde realmente nos hospedamos es en Kirtipur, que está a unos 7 kilómetros. No es una gran distancia, pero sí lo suficiente para depender de taxi o autobús, y dificultar bastante los desplazamientos.
Hoy por ejemplo habríamos querido dar una vuelta, pero son casi las 17:00 y en breve oscurecerá, con lo que desistimos de ello.





En vista de que el centro de Kathmandu tendrá que esperar, salimos a dar una vuelta por los alrededores de la casa, que es una zona muy tranquila, con pequeñas casitas rodeadas de arrozales, donde los niños vuelan sus cometas tranquilamente y podemos empezar a apreciar el sencillo vivir de la gente de por aquí.



Cenamos con el resto de huéspedes (casi todos españoles que han caído aquí por la misma consultoría de viajes que nosotros) un plato de dal bhat en la cocina y luego planificamos el viaje a partir de mañana, que nos vamos al Parque Nacional Royal Chitwan.
Desde el primer momento comenzamos a reajustar la ruta que teníamos en la cabeza debido a que por la festividad del Dashain el país está prácticamente paralizado y por ejemplo mañana no es posible desplazarse en autobús.

A la mañana siguiente dejamos Kathmandu sin apenas haberla visto, y nos ponemos en ruta hacia Chitwan, donde estaremos dos días. De allí a Pokhara y a las maravillosas montañas del Himalaya, y de nuevo, casi dos semanas más tarde, regresamos a la capital, dispuestos esta vez a visitarla como es debido.

211 kilómetros separan Pokhara de Kathmandu. No es una gran distancia, pero nos cuesta recorrerlos la friolera de 8 horas. Viajamos a bordo de un autobús turístico, por lo cual se le suponen algunas comodidades de las que carecen los autobuses para “locales”, pero la realidad es que en la práctica las carreteras son las mismas para todos, al igual que el tráfico, con lo que el trayecto es una agonía. El polvo, el calor sofocante, los baches infinitos que nos hacen saltar hasta casi golpearnos la cabeza (nos ha tocado la última fila, y no es nada recomendable) y las continuas paradas del autobús hacen que desembarquemos en Kathmandu totalmente agotados. 

Tras algunas desavenencias con el dueño de la casa, y sobre todo teniendo en cuenta que nuestra intención es movernos de forma independiente por el centro de la ciudad (y a poder ser a pie), optamos por cambiar de alojamiento a la mañana siguiente. Llamamos al taxista que conocimos ayer para que nos acerque a algún hotel céntrico y terminamos en el Monumental Paradise, a escasos dos minutos de la plaza Basantapur, cercana a la Durbar.
El hotel está muy céntrico, está limpio, y teniendo en cuenta los colchones que hemos podido catar hasta el momento en Nepal, resulta aceptablemente cómodo. Lo mejor sin embargo es su terraza con bar (desayunos, comidas y cenas buenos y bien de precio), sofás y wifi.
Una vez instalados, salimos a empaparnos de lo que esta gran urbe pueda ofrecernos, cámara de fotos en ristre, dispuestos a ser engullidos por el ajetreo que parece reinar por aquí. 


Durbar Square, que en realidad son tres plazas contiguas, es el corazón de la ciudad antigua, donde se encuentran los monumentos y templos más espectaculares. Son templos que siguen el estilo del norte de la India, en forma de pagoda, y conservan vigas, ventanas y tallas de madera con varios siglos de historia. El templo más antiguo de la ciudad se encuentra aquí, y data del S. XII.

En 1934, un terremoto derribó muchos de estos edificios, por lo que tuvieron que ser reconstruidos, intentando mantener la forma y los materiales originales. 


Hay que pagar entrada para acceder a la plaza, y posteriormente se puede validar la entrada para más días, con lo que resulta bastante asequible.

Lo primero que nos extraña es que la plaza no sea peatonal. Lejos de ello, los rickshaw, motos, coches y bicis parecen circular sin aparente control entre los viandantes, personas que rezan a la entrada de los templos y turistas.
Se trata de una plaza viva, llena de gente realizando y vendiendo ofrendas y artesanías varias, en la que los templos parecen ser lugares de rezo muy solicitados, pero además puntos de encuentro para conversar y reunirse. Las palomas campan a sus anchas y las vacas se tumban donde les place al amparo de su condición de animales sagrados.
Nos llama la atención el lamentable estado de conservación de algunos de ellos, que son usados como escaparates o incluso situando de viga a viga las cuerdas de tender la colada. Intentamos imaginarnos esta misma escena en las ordenadas ciudades de Occidente y nos preguntamos cuánto tiempo tardaría la gente en ser detenida por atentado contra el patrimonio. 












Cada puesto callejero de venta de comida, tintes o cualquier otro producto nos resulta curioso, y vamos caminando con los ojos muy abiertos y sacando fotos continuamente. 


Casi sin darnos cuenta abandonamos Durbar Square y nos adentramos en Indra Chowk, una plaza en forma de estrella en la que convergen seis calles y que muestra un enorme ajetreo de ventas, sobre todo de telas de miles de colores.
Callejeamos un rato sin rumbo y decidimos dirigirnos hacia Thamel, pasando primero por el enorme estanque Rani Pokhari con su templo dedicado a Shiva en el centro, que como sólo abre un día al año y no coincide que sea hoy, no podemos visitar. 


Una vez en la avenida Durbar Marg, llena de oficinas de líneas aéreas, hoteles y restaurantes más bien caros, y tras una oportuna parada para desayunar por todo lo alto,  llegamos al nuevo Palacio Real, que hoy en día es un museo.

Allí giramos a la izquierda y entramos en Thamel por Tri Devi Marg, donde nos sumergimos sin tiempo para coger aire en el laberinto de calles estrechas atestadas de tiendas que es esta zona. 

Se alternan las tiendas de artesanía con las oficinas de empresas de trekking, las tiendas de ropa de montaña de imitación, restaurantes y cafés…

Las opciones donde dejarse aquí el dinero son infinitas, pero hay que comparar bien los precios y armarse de paciencia con el regateo, cómo no.


Vemos multitud de alojamientos, pero al menos a nosotros nos parece una zona demasiado ajetreada, y no tenemos claro que a la noche el nivel de ruido se vaya a rebajar mucho, así que estamos contentos con nuestra elección para dormir cerca de Durbar.
Tras mucho vagabundear arriba y abajo por el puñado de calles que constituyen Thamel, nos detenemos a comer en Everest Steak House, un sitio bastante recomendable. 
Después de comer seguimos callejeando buscando el sitio más económico donde comprar los billetes para nuestro vuelo panorámico sobre el Himalaya, y se nos echa la tarde encima dando vueltas de aquí para allá. Optamos por regresar en rickshaw al hotel, cenar allí y disfrutar de la tranquilidad de la terraza, ahora que el ajetreo de la ciudad parece estar casi desapareciendo. 
Nos hemos comprado unos bollos de pan y unos quesitos, con la idea de hacernos un picnic, pero el queso tiene tonalidades verdes y marrones que no creemos que nuestro estómago vaya a tolerar, así que nos comemos un bocadillo de pan con pan. 


A la mañana siguiente nos damos un buen madrugón para recorrer algunos de los lugares más emblemáticos del valle. Contamos para ello con los servicios de nuestro taxista de confianza (al que conocimos antesdeayer), que nos va a llevar de un sitio a otro y nos va a esperar mientras hacemos el turista por ahí.

La primera parada del día es Bhaktapur (ciudad de los devotos), a sólo 10 kilómetros de Kathmandu. Es famosa por ser una de las ciudades más bonitas de Nepal, la que mejor ha conservado sus monumentos medievales y sus casas de estilo newari, y con diferencia la que mejor estado de conservación y limpieza ofrece al visitante. Esto parece ser debido a que la entrada para los visitantes es considerablemente más cara que la de Durbar Square en Kathmandu. Sea como fuere, en cuanto se comienza la visita el gasto queda compensado, y si es posible, hacer la visita a primera hora de la mañana o a última de la tarde, mejor que mejor. 

Al igual que en otras ciudades nepalíes, lo que hay que visitar aquí se concentra en su Durbar Square o plaza real, en la que hoy no obstante faltan varios edificios que se vinieron abajo con el terremoto de 1934 y no volvieron a ser levantados.
Resulta fascinante pasear entre estos templos prácticamente solos, pudiendo detenernos a contemplar las tallas de madera en perfecto estado, caminando sin apenas tráfico ni ruido, y dejándonos llevar por la curiosidad, mientras vamos consultando la guía intentando enteramos del significado de las diferentes tallas y estatuas.
En Taumadhi Tole, que es una plaza anexa a la real, se encuentra el templo más alto del valle y en Tachupal Tole se conservan varias casas con intrincadas tallas de estilo newari en sus ventanas y vigas. Una maravilla. 



Tras hora y media de visita, volvemos al taxi para dirigirnos a Patan, que forma, junto con Bhaktapur y Kathmandu, el trío de las ciudades más importantes del valle. Al igual que las otras dos, ha sido capital de varios reinos medievales a independientes a lo largo de los siglos. Se encuentra a sólo 2 kilómetros de Kathmandu, pero entre el estado de las carreteras y el tráfico desastroso, nos cuesta más de una hora llegar.


Patan no es grande, y al igual que en otras ciudades, la mayoría de los monumentos se concentra en su Durbar Square, que está congestionada de templos. Su Palacio Real es impresionante y alberga hoy en día un museo, pero nos lo encontramos en obras, así que nos quedamos con las ganas de visitarlo.



La mañana va avanzando y ya no disfrutamos durante la visita de la paz y la soledad que hemos encontrado en Bhaktapur, con lo que sin darnos cuenta aligeramos el paso. No obstante, no perdemos la ocasión de detenernos en las escalinatas de algún templo a contemplar pequeñas escenas de la vida cotidiana, que nos acercan al Nepal pausado y humano. 




Nuestra siguiente parada es la estupa de Swayambhunat, que se encuentra a 2 kilómetros del centro de Kathmandu, y a la que se puede acceder dando un paseo por un camino que arranca al sur de Durbar Square. Se encuentra sobre una colina que se asciende por una larga escalera de piedra, a cuyos lados hay numerosas estatuas, puestos de artesanía y una ingente cantidad de macacos que dan su nombre al lugar, también conocido como Monkey Temple.
Nuestra idea era que el taxista nos esperara en la base de la colina para poder subir las famosas escaleras, pero no nos entendemos y nos lleva hasta arriba, así que nos saltamos esa parte de la visita.


La base de la estupa es de piedra blanca, y está rodeada por los cilindros de oración rotatorios. La parte superior tiene forma de torreta cuadrangular, donde se ven pintados en cada cara los ojos de Buda que todo lo ve, uno de los símbolos más reconocibles de Nepal. Sobre ella, los trece estados del monumento representan los trece niveles de conocimiento por los que el hombre debe pasar a lo largo de sus diferentes vidas hasta alcanzar el Nirvana, que está representado por la especie de sombrilla que corona el monumento.


En el recinto hay además varias chaytias o pequeñas capillas con imágenes, una gompa o monasterio donde tiene lugar el rezo, otros templos de interés y el dorje de piedra, que recibe al visitante que accede por las escaleras. 


Recorremos el recinto (que está infestado a partes iguales de macacos y de turistas) con calma, disfrutando de uno de los lugares que más ganas teníamos de conocer. Nos detenemos a contemplar cada detalle, sacamos cientos de fotos, y nos dejamos llevar por la espiritualidad del lugar, a ritmo de la música de los monjes tibetanos, que terminamos llevándonos en un cd.
Las vistas sobre la ciudad son impresionantes, y contemplar cómo el viento agita las banderolas de oración es algo de lo que sencillamente no nos cansamos.  




El siguiente punto del itinerario es Bodhnath, principal centro del exilio tibetano en Nepal, que se concentra alrededor de la mayor estupa del país, dentro de la cual se cree que hay una reliquia de Buda. 


Rodeamos la inmensa estupa en sentido de las agujas del reloj, haciendo girar a nuestro paso los alrededor de 800 cilindros de oración, contagiados por la paz que se respira aquí. Nos asomamos a una de las gompas y a varias tiendas de artesanía, donde nos llevamos para casa rollos de banderolas que ya estamos pensando en hondear al viento al lograr alguna cumbre. 


Pashupatinath es nuestra última visita del día, adonde llegamos pasadas las 13:00, tras un breve recorrido en taxi, ya que apenas un kilómetro lo separa de Bodhnath.
Este es uno de los principales templos hinduistas a nivel mundial, y desde luego el más relevante de Nepal. Es un lugar de peregrinación que recibe a muchos visitantes de India. Se erige a orillas del Río Bagmati, en cuyos ghats se elevan cada mañana las pilas funerarias para las cremaciones.

La visita al templo está vetada a los no hindúes, como ocurre con otros templos, pero la visita a los alrededores resulta como poco impactante. 



El hecho de contemplar cómo las familias velan, purifican y queman a sus seres queridos en un ambiente en el que se mezcla su duelo con la curiosidad de los turistas, supone un choque cultural tan grande que nos sentimos por un momento como extraños sin derecho a estar aquí. No obstante, el hecho de que se cobre entrada para acceder al recinto, nos devuelve a la realidad, en la que se obtiene un claro beneficio económico con el turismo. 


Además de las propias cremaciones, la variedad de sadhus, santones, yoguis y otros elementos que buscan vivir de la caridad nos llama la atención y no nos resistimos a inmortalizarlos (previo pago, eso sí).
Nos damos un buen paseo la orilla del río y tras un rato sentados frente a los ghats, ya con suficiente humo en los pulmones, damos por terminada la visita, con una sensación extraña en el cuerpo.

Damos por terminado el tour turístico y nos dirigimos a Thamel para contratar el vuelo panorámico de mañana. Nos hemos ganado una buena comida con tanta visita cultural, y tras ella terminamos el día yéndonos de compras de recuerdos, de tienda en tienda una vez más…


Nuestro último día en Nepal comienza muy temprano: ayer quedamos con nuestro taxista particular a las 5:00 porque tenemos que estar en el aeropuerto a las 5:30. Cuando llegamos está cerrado y hacemos dos filas, separados por sexos, para ir situándonos para los controles de seguridad. Hay una mezcla curiosa de gente que va a volar hacia Lukla o Pokhara con idea de comenzar sus rutas de montaña, y de turistas que vamos equipados únicamente con nuestra cámara de fotos para el vuelo panorámico sobre las montañas.
Una vez superados todos los controles nos sentamos a esperar, ya que los vuelos van con retraso, lo cual no nos preocupa, ya que mientras sigan despegando quiere decir que el tiempo se mantiene apto para volar. Aquí es muy común que un cambio brusco de la climatología dé al traste con los planes de vuelo, y en vista de que ya no tenemos más días de vacaciones, un retraso de este tipo sería definitivo para nosotros. 

Nuestro vuelo es con Guna Air, a bordo de una avioneta de 16 plazas, distribuidas de forma que todos tenemos una pequeña ventanilla en la que dejar nuestros ojos clavados ante el espectáculo que se abre ante ellos.
Durante el vuelo, vamos pasando por turnos a la cabina para ver con más claridad y poder sacar mejores fotos, todo un detalle visto el tamaño de las ventanas… 

La vista es maravillosa, el poder ver el Himalaya desde esta perspectiva es, como dice el diploma que nos dan a la salida “algo que se hace una vez en la vida”. Cientos de majestuosos picos nevadas que desde aquí parecen inexpugnables se muestran ante nosotros, y entre ellas aparecen casi como viejos conocidos el Daulaghiri, el Sisha Pagma, el Lothse, el Everest, el Pumori, el Cho Oyu… tantas veces los hemos visto en fotos o en la tele, y ahora los tenemos frente a nuestros ojos, viendo pasar el tiempo sin apenas inmutarse bajo esa capa de nieve y misterio. Resulta sobrecogedor e hipnótico, seríamos capaces de pasarnos el día dando vueltas en la avioneta. 


El vuelo dura alrededor de una hora, y para las 8:15 estamos de nuevo en el taxi intentando hacerle entender al piloto que queremos visitar un mercado. Mientras que nosotros queremos ir en busca de “algo auténtico” él no entiende para qué queremos ir a un mercado si no queremos comprar nada de comer. Lo cierto es que el hombre tiene razón. 












Nos damos una vuelta por el mercado mientras los tenderos y clientes nos miran como si fuéramos marcianos recien salidos de una nave, cámara de fotos en ristre.

Empleamos el resto del día en visitar Durbar Square por segunda vez y con más calma, parando a tomar algo en la terraza del Himalaya Café, con unas estupendas vistas sobre la plaza Basantapur.
Callejeamos por Durbar, Makhan Tole, Indra Chowk, calle Kel, Asan Tole, la plaza Yitum Bahal y otras pequeñas calles en las que nos parece que tomamos contacto con aquella ciudad que debió ser Kathmandu hace años. Los puestos de especias y frutos secos, de tintes y telas, los secaderos de cereal y los pequeños templos de los que desconocemos el nombre nos van enseñando otro rostro de la ciudad, que en los días pasados hemos echado en falta. 






Tras mucho vagabundear y hacer cientos de fotos, nos despedimos de esta fascinante urbe cenando en la pizzería Fire&Ice, nada más alejado del típico dal bhat nepalí, lo reconocemos, pero la pasta nos pierde, qué le vamos a hacer.
Regresamos al hotel caminando por Jyatha Thamel, la noche es ya cerrada y hay zonas en las que apenas hay iluminación, con lo que nos choca bastante que se mantengan abiertos los puestos de carne, pescado y verduras. El paseo resulta perfecto como despedida, y nos deja un sabor de boca dulce en la despedida de Nepal. 
Esperando poder regresar en algún momento, preparamos las mochilas y nos mentalizamos para un largo camino de vuelta a casa. 




viernes, 7 de febrero de 2014

Nepal, presentación

La República Federal Democrática de Nepal es un país de 140.800 kilómetros cuadrados situado en el centro-sur de Asia, encajado entre los gigantes indio y chino. El estado indio de Sikkim lo separa de Bhutan, por el llamado Corredor Siliguri, y el llamado Cuello de Gallina lo separa de Bangladesh por poco más de 24 kilómetros.



Su territorio se divide en tres zonas claramente diferenciadas: la montaña, las colinas y el Terai. 
La región de las montañas supone la frontera con China y alberga, total o parcialmente, algunas de las cumbres más altas de la Tierra, destacando el Everest (8.848 m.), el Kanchenjunga (8.585 m.), el Makalu (8.472 m.) o el Dhaulagiri (8.170 m.). Ocho de los llamados ochomiles se encuentran aquí. 
Al norte de los Grandes Himalayas, en el oeste de Nepal, se encuentran las cordilleras fronterizas tibetanas, con picos de unos 6.000 m., formando la divisoria de las cuencas de los ríos Ganges y Brahmaputra. 
La región de la colinas linda con las montañas, y su altura varía entre los 1.000 y los 4.000 m. de altura. Dos cordilleras de baja altura, el Mahabharat Lekh (también conocido como el "Pequeño Himalaya") y las Colinas Shiwalik (o "Cordillera de Churia") dominan la región. Este pequeño cinturón de colinas abarca el valle de Katmandú, el más fértil y el que soporta mayor carga demográfica. 
La región del Terai es una franja de unos 30 kilómetros de ancho de llanura baja y fértil en la frontera con India, que se caracteriza por ser cálida y húmeda, y es parte de la cuenca de los ríos Ganges e Indo. Entre las montañas Mahabhart Lekh y las Siwalik, en el denominado Terai interior, se despliega una exuberante jungla en la que habita la mayoría de la fauna, hoy en serio peligro de extinción debido a la creciente deforestación. 

La flora es exuberante y muy variada, desde bosques de magnolias, rododendros, coníferas o pinos en las zonas subtropicales de los valles. 
En las máximas alturas se pueden contemplar bueyes almizcleros, leopardos de las nieves, lobos y buitres del Himalaya, quebrantahuesos y chovas piquigualdas. En zonas más bajas destacan especies de animales salvajes con los tigres y rinocerontes. El animal típico del país es el yak.

Nepal tiene cinco zonas climáticas, estrechamente vinculadas con la altura del territorio. La zona tropical y sub-tropical está bajo los 1.200 metros.
El clima templado se enmarca entre los 1.200 y los 2.400 m., y la zona fría está entre los 2.400 y 3.600 metros. La zona subártica abarca entre los 3.600 y los 4.400 m. y desde esta altura comienza la zona ártica.
Nepal tiene el clásico clima monzónico del Subcontinente Indio, con una estación seca y otra de lluvias claramente diferenciadas. La estación seca va de octubre a finales de abril, mayo y junio son dos meses muy calurosos y de julio a finales de septiembre se dan las lluvias. El mejor momento para viajar es de octubre a abril, coincidiendo con la estación seca: las temperaturas son moderadas, hay mayor probabilidad de tener cielos despejados que permitan contemplar las montañas y los caminos de treking están en buenas condiciones. Diciembre y enero pueden ser muy fríos en las montañas, sobre todo en los amaneceres y atardeceres.

El país se configuró como tal desde que se unificaron las regiones bajo la dirección del rey gurkha Prithvi Narayan, el 21 de diciembre de 1768. Su historia reciente ha estado marcada por una sangrienta guerra civil que finalizó con el triunfo de los rebeldes maoístas, el establecimiento de un gobierno de unidad nacional y la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Este último órgano proclamó el 28 de mayo de 2008 el establecimiento de una República Federal Democrática, que puso fin a más de 240 años de monarquía.
La bandera tiene la peculiaridad de ser la única de un país que no tiene forma de cuadrilátero.



La moneda oficial es la rupia nepalesa. Una rupia se divide en 100 paisa. Existen billetes de 1, 2, 5, 10, 20, 50, 100, 500 y 1000 rupias, y monedas de 1, 5, 10, 25, 50 paisa y 1, 2, 5 y 10 rupias. Un euro equivale a unas 100 rupias (2008).



Nepal es considerado un estado multicultural, multilingüe y secular. El pueblo nepalí es principalmente hinduista, pese a contar con una antigua y profunda tradición budista. El 91% de la población es hindú, el 5% budista, el 2% musulmana y el 0,7% pertenece a otras religiones. 
No obstante, Nepal tiene una mezcla intrínseca de elementos hinduistas y budistas en casi todas las manifestaciones de culto, además de la incorporación de varios elementos del tantrismo tibetano. 

La cultura nepalesa se encuentra influida por la cultura india por el sur y la tibetana por el norte. Se pueden apreciar varias similitudes en cuanto a vestimentas, forma de vida, lenguaje y comida. 

El idioma oficial es el nepalés o nepalí, aunque es hablado también en algunas zonas del norte de India. Esta lengua pertenece a la rama indo-irania de la familia indoeuropea. El vocabulario proviene en su mayor parte del sánscrito, aunque tiene algunas palabras prestadas del árabe y del persa (que le llegaron a través del hindi y del urdu).  
El nepalés se escribe en alfabeto devánagari; por ejemplo: नेपाल राज्य que significa “estado de Nepal”.



El alimento básico en el país es el arroz, la comida típica nepalesa es el dal-bhat, lentejas servidas con arroz y otros vegetales. Este plato es consumido dos veces al día, una vez al amanecer y otra después de anochecer. Entre estas dos comidas, hay varios aperitivos como la chiura (arroz batido) y té. La carne, los huevos y el pescado también son consumidos, en especial en las zonas montañosas, donde la dieta suele ser rica en proteínas.
En las grandes alturas, en lugar de arroz, toman tsampa, granos crudos, molidos y mezclados con té, leche, agua, o simplemente secos. También se toman con las comidas las chapatis, tortitas de maíz fritas. Otros platos típicos son la thukba, una sopa espesa y los momos, raviolis rellenos fritos o cocidos.
Las carnes que más se consumen son las de cerdo, cabra, pollo, búfalo y yak, nunca de vaca, ya que este animal es sagrado al igual que en la India. 

Para beber, además de la leche, los nepaleses acostumbran a tomar té negro, de sabor muy fuerte, por lo que se le añade leche o especias. También tiene un sabor fuerte el charg, la cerveza tibetana. Las bebidas alcohólicas más comunes son el raskshi, de arroz, el arak de patata o las bebidas picantes jelebis y laddus.

Nepal se encuentra entre los países más pobres y menos desarrollados del mundo, con aproximadamente la mitad de su población viviendo por debajo de la línea de la pobreza, aunque según datos del banco Mundial y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el PIB per cápita ha ascendido considerablemente en los últimos años. 
La agricultura es el sostén principal de su economía, proveyendo sustento para más del 80% de la población y constituyendo un 41% del PNB. La actividad industrial se limita al procesamiento de productos agrícolas, incluyendo yute, caña de azúcar, tabaco y grano. La producción de textiles y alfombras se ha expandido recientemente y ha representado alrededor de un 80% del intercambio con el extranjero en años recientes. La mayor parte de la actividad industrial se encuentra enfocada alrededor del valle de Kathmandú.

La vida en Nepal es muy dura, las zonas rurales son verdaderamente pobres y se lucha contra la mortalidad prematura y la grave desnutrición. El número de médicos por habitante es claramente insuficiente ya dentro del Valle de Kathmandú, y se reduce drásticamente al salir al resto del país. 
A pesar de todo esto, al recorrer el país uno no deja de encontrarse con los rostros iluminados por grandes sonrisas de sus habitantes, sobre todo en las zonas rurales. Y es que quizá por la extrema dureza de sus vidas, los nepaleses son solidarios, conviven en paz y disfrutan con lo poco que tienen.