Distancia: 13 kilómetros
Desnivel positivo: 1.340 m.
Desnivel negativo: 309 m.
Tiempo de marcha: 7 horas
A las 5:45 de la mañana suena el despertador y nos ponemos en marcha, ¡por fin ha llegado el primer día de caminata! Después de varios días de retrasos tenemos muchas ganas acumuladas, y es que, al fin y al cabo, el principal motivo por el que hemos venido a Nepal es ver las grandes cumbres del Himalaya, y parece que poco a poco se acercan…
Damos los últimos retoques a la mochila y dejamos en el hotel
varias bolsas con cosas que no vamos a necesitar, esperando que estén intactas
a nuestro regreso, ya que hemos escuchado alguna historieta al respecto que no
nos tranquiliza demasiado.
Bajamos a desayunar a una cafetería cercana mientras hacemos
tiempo a que venga el taxista con el que quedamos ayer para llegar hasta Nayapul,
punto en el que comenzaremos realmente la ruta.
El viaje resulta entretenido e incómodo a partes iguales (como
todos los trayectos por carretera que hacemos en Nepal), pero alejarse de la ciudad
y ver cada vez más verde, aunque sea bajo la perenne capilla de polvo grisáceo
que lo invade todo, nos va animando y no vemos el momento de echar pie a tierra
y comenzar a caminar. El trayecto son 12 euros, aunque compartimos el gasto con
Sergio, al que conocimos ayer mientras tramitábamos los permisos, y que comienza
su trek hoy también, aunque tomará la dirección contraria.
Una vez en Nayapul recorremos la calle principal, que viene a ser
un camino sin asfaltar donde conviven sin mayor problema los burros, los coches,
los niños jugando, las gallinas con sus pollitos y los montañeros. Estos
últimos aquí somos la especie extraña, con nuestras relucientes ropas
occidentales y nuestras flamantes botas y mochilas, parecemos recién
aterrizados de algún planeta lejano, aunque en realidad pasamos totalmente
desapercibidos ya que aquí la gente está más que acostumbrada al ir y venir de
caminantes de este tipo.
A ambos lados de la calle se suceden las tiendecitas que venden
casi de todo, lo mismo pilas que galletas, bastones o material fotográfico,
para aquellos que llegados a este último punto comunicado por carretera y previo
a las montañas se den cuenta de que olvidaron hacerse con algo.
Antes de comenzar a caminar hay que pasar por los dos puestos de
control para mostrar los respectivos permisos (primera de las tres veces en las
que los sacaremos de la mochila), y tras el pertinente sellado ya podemos por
fin empezar nuestra pequeña aventura.
Descendemos levemente hasta llegar a Birethanti (1.025 m.) y nos
despedimos de Sergio, que toma el camino directo hacia en Campo Base.
Son las 8:40 cuando arrancamos la subida desde Birethanti, el día
está totalmente despejado y promete hacer calor, pero de momento la pendiente
es suave, así que avanzamos cómodamente por un camino ancho y paralelo al río, entre
arrozales de un verde luminoso y casitas desperdigadas aquí y allá. De vez en
cuando el camino se desvía para atravesar alguna pequeña aldea, para que caiga
algo de dinero en los comercios y alojamientos, pero de momento no necesitamos
nada, y en menos de 5 minutos regresamos de nuevo al camino principal y
continuamos.
Vemos las cascadas de Matathandi, rodeadas por una exuberante
vegetación, que se nos antoja impenetrable, y más adelante las dos de
Tikhedunga (1.520 m.). Cruzamos los primeros de los muchos puentes colgantes
que encontraremos a lo largo de la ruta, y vamos parando para hacernos las
fotos de rigor, ya que están flanqueados por ristras de banderas de oración
ondeando al viento. Las banderolas, al menos para nosotros, tienen un
componente casi poético, no nos resistimos a la tentación de sacarles fotos una
y otra vez, con diferentes fondos y ángulos, y en vista de que estas son las
primeras que encontramos por el camino, nos hace ilusión.
En Tikhedunga hacemos una parada larga para picar algo y coger
fuerzas, y nos damos cuenta de que de haber salido más temprano a la mañana
habríamos podido llegar hoy mismo a Ghorepani, pero ya va a ser complicado
llegar de día, así que decidimos llegar a Ulleri y dormir allí, dejando para
mañana una etapa bastante cortita.
A las 11:40 nos ponemos de nuevo en movimiento y nos lo tomamos
con calma, ya que a partir de aquí comienza lo duro de la jornada: el camino se
convierte en una escalera de piedra que parece no tener fin, por la que vamos
ascendiendo a pleno sol, sudando de lo lindo y preguntándonos dónde está el
frío que se supone hace en las montañas. El calor aprieta y hacemos una
paradita tras otra, mientras vemos cómo los porteadores suben silbando con
enormes macutos a la espalda, en sandalias, y prácticamente corriendo… Y
nosotros con nuestro uniforme de montañeros al completo… ¡y resoplando de lo
lindo!
Nos
llama la atención lo humilde de las casas con sus paredes de hojalata, que casi
parecen piezas de artesanía ya que no hay dos iguales, tal vez sea debido a que
se van construyendo sobre la marcha, según las necesidades de la familia. No
podemos evitar preguntarnos cómo resistirán esas paredes y tejados el frío y la
humedad del invierno, sobre todo a medida que vamos ganando altura.
Llegamos a Ulleri (2.020 m.) a las 15:00 y seguimos ascendiendo en
busca de un lodge que nos ha recomendado un alemán que bajaba con su familia,
pero por más que avanzamos no damos con él, así que al final nos quedamos en el
Himalaya Guest House, porque no tenemos claro si el pueblo continua hacia
arriba o no, y no nos apetece nada retroceder.
La dueña de la casa no habla demasiado inglés pero nos hacemos
entender, y la habitación está bastante bien dentro de lo que se puede esperar,
así que decidimos quedarnos aquí.
La habitación está orientada hacia el valle, pero se ha cubierto de nubes, así que no podemos apreciar las vistas; esto nos irá pasando en repetidas ocasiones, y nos llevaremos maravillosas sorpresas a las mañanas al comprobar los paisajes que se nos ocultaban la noche anterior.
La habitación está orientada hacia el valle, pero se ha cubierto de nubes, así que no podemos apreciar las vistas; esto nos irá pasando en repetidas ocasiones, y nos llevaremos maravillosas sorpresas a las mañanas al comprobar los paisajes que se nos ocultaban la noche anterior.
Al instalarnos en la habitación, que tiene dos camastros, una
mesilla y poco más, nos damos cuenta de que tanto las paredes y el techo como
la propia mesilla y hasta la misma puerta, están hechos de una especie de planchas de madera extremadamente
fina, que suponemos que en su día fue algún tipo de embalaje, aunque no sabemos
de qué producto.
Veremos este material en todos y cada uno de los alojamientos a
lo largo del trek, y su mítica frase: “pioneers yesterday, leaders today
(pioneros ayer, líderes hoy)”, nos acompañará casi cada noche.
Nos damos una reparadora ducha y empezamos a familiarizarnos con
los cuartos de baño de los lodges de las montañas y sobre todo con la fauna
diversa que los habita, aunque la verdad es que se les termina cogiendo el
truco.
Hacemos un poco de tiempo leyendo y dormitando hasta la cena, que consiste en momos de queso y chapatis con jamón de serrano, que procuramos saborear con cierto disimulo, para que no vean que hemos traído comida de fuera.
La carta de comida de los alojamientos de montaña es prácticamente
igual a lo largo de toda la ruta, es bastante variada y la calidad suele ser
bastante aceptable, aunque se echa de menos la carne y el pescado, sobre todo
tras varios días sin catarlo. El dormir en un sitio o en otro lleva implícito que se va a cenar y desayunar allí también, por eso es recomendable
mirar no sólo el estado de la habitación sino el del comedor (y la propia comida, si coincide que ya hay alguien cenando), antes de elegir
el alojamiento.
El precio del alojamiento, de la comida y del agua, va subiendo conforme lo hace la altitud, por el coste obvio de acarrear las mercancías hasta pueblos cada vez más remotos, pero en general cena, pernocta y desayuno, para dos personas, puede rondar los 12 ó 15 euros, o los 22 ó 25 euros, si se le suma además otra comida, en precios de 2011.
La casa tiene un grupo de huéspedes nepalíes bastante ruidosos, y
empezamos a temernos la noche que nos van a dar, así que nos metemos a la cama
y aunque nos toca un rato de aguantar la retahíla de portazos, teléfonos
móviles sonando y escupitajos varios, al final conseguimos dormirnos.
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