Desnivel positivo: 1.360 m.
Desnivel negativo: 2.130 m.
Tiempo de marcha: 9 horas y 40 minutos
El despertador
suena sin piedad a las 5:30, hoy queremos aprovechar el día y hay mucho camino
por delante. Desayunamos a base de patatas fritas, tortilla y chapatis (ay si
pillara yo unas tostadas con mantequilla o un croissant…), y para las 7:10 ya
estamos saliendo de Bamboo (2.310 m.).
Comenzamos
ascendiendo hasta Kuldhigar (2.540 m.), para acto seguido descender hasta
Sinuwa (2.360 m.). El siguiente tramo de la ruta nos lo veníamos temiendo desde
que lo hicimos a la subida, sabiendo que no había escapatoria posible en el
regreso: tenemos que llegar a Chhomrong (2.170 m.), lo que implica una bajada
pronunciada y una subida larga y pesada que se me hará eterna.
A las 10:30
conseguimos alcanzar una de las panaderías del pueblo, y paramos para
regalarnos un pastel de chocolate, croissanes, etc. Llevábamos mucho rato
soñando con ellos y la verdad es que no están tan ricos como habíamos
imaginado, pero la parada y el azúcar tras la tremenda subida al sol se
agradecen.
Son las 11:15
cuando damos por terminada la pausa y afrontamos los últimos escalones para
alcanzar la zona más elevada del pueblo.
A partir de aquí
comienza una bajada muy pronunciada, de escalones de piedra, como no podía ser
de otra forma, hasta llegar a Jhinudanda (1.780 m.). El camino salva mucho
desnivel de golpe y se hace duro, nos parece que estamos bajando la pendiente
“a cuchillo”, a pesar de que hay numerosos zigzags. En los ensanchamientos de la
ruta nos vamos encontrando con pequeñas casas con sus animales sueltos, niños
jugando a su aire, música (encontrarse a Shakira sonando aquí pone la nota
surrealista), y escenas que nos dejan un regusto amargo, como ver a una persona
en silla de ruedas mirándonos al pasar. No sabemos si habrá salido alguna vez
de su granja, ni si conseguirá hacerlo algún día, nos parece entonces que
estamos en el mismo fin del mundo.
Nos cruzamos con
gente que sube a pleno sol y nos da dolor de corazón, aunque a nosotros lo que
se nos empieza a resentir son las rodillas y las uñas de los dedos gordos de
los pies. Y aun queda mucho por delante…
A unos 15 minutos
del pueblo hay unos baños termales, y aunque supone desviarnos un poco de la
ruta, no podemos resistirnos, así que decidimos bajar a ver cómo están y a
darnos un remojón. Justo al lado del río han hecho una piscina de piedra y una
zona con unas duchas, todo bastante integrado con el paisaje, y por lo que
serían al cambio 50 céntimos de euro nos estamos en remojo más de una hora.
Una vez más tenemos suerte y coincide que apenas hay gente, así que tenemos prácticamente la piscina para nosotros. Nuestras cansadas piernas y recocidos pies lo agradecen, aunque en los 30 minutos que nos cuesta volver a subir al pueblo ya estamos sudando como pollos de nuevo.
Una vez más tenemos suerte y coincide que apenas hay gente, así que tenemos prácticamente la piscina para nosotros. Nuestras cansadas piernas y recocidos pies lo agradecen, aunque en los 30 minutos que nos cuesta volver a subir al pueblo ya estamos sudando como pollos de nuevo.
Llegamos de nuevo
al pueblo a las 14:20, pero por muy buena pinta que tiene el alojamiento,
decidimos continuar para intentar llegar hoy a Landruk.
Bordeamos el pueblo
de Jhinudanda y bajamos de nuevo hasta el nivel del río, que cruzamos por un
puente que no tiene desperdicio, y que preferimos no imaginarnos en época de
deshielo…
Tras hacer las
fotos de rigor y cruzar el río, ascendemos hasta el pueblo de New Bridge (1.340
m.), al que llegamos a las 15:30. Nos imaginamos de dónde le viene el nombre al
pueblo, visto la vida útil que suponemos tendrá el puente por el que hemos
cruzado.
Aun nos quedan
horas de luz, así que tras una parada para reponer fuerzas y para engañar un
poco al estómago, nos ponemos de nuevo en marcha.
Toca descender de nuevo hasta el nivel del río, que esta vez cruzamos por un impresionante puente colgante, de los más grandes que hemos visto durante la ruta, y desde luego el que más nos ha impresionado.
La fuerza de estos
ríos en primavera tiene que ser algo digno de verse… ¡pero no desde muy cerca!
Comenzamos de nuevo
a ascender, y a partir de aquí el paisaje comienza a cambiar, parece que
caminamos en medio de una jungla que perfectamente podría estar en Camboya o
Vietnam, o al menos eso nos imaginamos. La vegetación es exuberante, la intensa
humedad, cascadas que caen de paredes totalmente verticales, el constante ruido
de animales… En apenas dos días parecemos habernos trasladado a un país
diferente, ¡qué lejos y a la vez que cerca quedan las grandiosas montañas
nevadas!
Pasamos por el pueblo de Siuli (1.340 m.), que nos parece de una belleza sencilla y tranquila, con sus apenas cuatro casitas al lado del río, la cascada justo detrás… El tiempo parece haberse detenido aquí formando un remanso de paz en el que no nos importaría pasar dos o tres días disfrutando de la calma y de un buen libro.
Nos detenemos a
hacer fotos pero seguimos adelante. La vista que nos ofrece el pueblo cuando
comenzamos a ascender por un senderito estrecho a través de la jungla es
encantadora.
La senda sube y baja
levemente y discurre entre una espesa vegetación, hasta que nos terminamos
dando de bruces con la última gran subida del día para llegar a Landruk, a
1.565 m.
El paisaje cambia
de nuevo a medida que ascendemos, y el denso verdor de la jungla deja paso al
verde más claro de las terrazas de arrozal, síntoma de que estamos cerrando el
círculo que comenzamos hace hoy una semana.
La subida se hace
dura por el gran desnivel acumulado de la jornada, y estamos ya bastante
cansados, así que nos paramos a dormir en el primer lodge que se nos pone a
tiro. Son las 16:50, el día ha sido largo y agotador, con continuas subidas y
bajadas, así que nos merecemos una buena ducha, cena y cama.
Por suerte el
alojamiento está bastante bien, así que contentos con la elección, nos damos
una buena ducha (con arácnidos de tamaño más que respetable en el baño) y
lavamos algo de ropa, que ya nos hace falta.
Los dueños del
local son encantadores, sobre todo Romina, que nos enseña sus dotes en cuanto a
la elaboración de una tortilla de patata que nos sabe a gloria, y hace sus
pinitos con el castellano. Cenamos además unas pizzas y damos buena cuenta del
último paquete de jamón serrano. Esto es lo que se llama una buena cena, vaya.
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